
Que Barcelona es una superviviente es una realidad constatable. Los ataques que ha sufrido durante siglos la avalan, pero también quienes somos testigos actuales de cómo ha aguantado el tirón de una de las semanas más intensas de los últimos años.
Es observadora: gente acampando en sus calles y plazas por un objetivo común bajo su atenta mirada paciente. También es amable y acogedora: no entiende de razas ni edades.
Pero cuando la atacan, muerde. Y lo hace de la mano de sus habitantes.