"¡Qué pesado! ¡Si me acaba de llamar", dije en voz alta, resoplando.
-Dime.
-Gordis, es que me acabo de cruzar con una chica que olía igual que tú. Pero nadie es como tú.
Sí. Mi hermano mayor, en uno de esos ejercicios de evitar la soledad que tanto practicaba, me volvió a llamar media hora después de haber hablado conmigo simplemente para decirme algo bonito, mientras yo, para variar, gruñí antes de saberlo. Siempre me decía cosas amables (como cuando me corté el pelo por primera vez como un chico y me dijo: "para que a una mujer le quede bien el pelo corto tiene que ser muy guapa y tú eres la mujer más guapa que he visto en mi vida") y, para qué engañarnos, en casa siempre he tenido la fama -merecida- de ser "el enanito gruñón". Así que mi cara de "siempre igual, Clau" al colgar fue todo un clásico.