martes, 5 de septiembre de 2017

De catalanofobias y bilingüismos


Normalmente, escribo o hablo en los medios en los que trabajo desde una cierta distancia; una tiene que ser imparcial cuando tiene que serlo.
Pero, en el caso de mi blog, me permite dejar la objetividad al lado en ciertas ocasiones para dar rienda suelta a mis opiniones y divagaciones varias.

He dejado pasar un tiempo prudencial hasta escribir sobre los recientes atentados en Catalunya; en concreto, del atentado en Barcelona.
Las Ramblas. Imagen de Oh-Barcelona

No pretendo engañar a nadie: este artículo va a dejar bien claro lo que quienes me conocen de cerca saben; soy galaico-catalana. Sí, como Rubianes. Nací en Galicia, pero crecí en Catalunya. Esta afirmación sobre mi identidad genera infinidad de debates. Hay, incluso, quien se ofende porque defienda abiertamente mi catalanidad. Me da absolutamente igual. Podéis pensar que la vaca es de donde nace y que no importa dónde pace, pero, para mí, tanto mi lugar de nacimiento como en el que he crecido han forjado la persona que soy y, por lo tanto, no pienso renegar de dicho privilegio.

Volviendo al tema que nos ocupa, no voy a hablar de los atentados en sí, pero sí de lo que generaron en mí y en lo que han derivado, una vez más, a nivel social y político.

La tarde en la que ocurrió todo yo me encontraba viajando y seguí los acontecimientos a través de Twitter y de mis fuentes directas en Barcelona, mis amigos/as -alguno de ellos precisamente desde la zona en la que todo ocurrió-; si habéis estado en Barcelona, sabréis que Les Rambles (y precisamente desde que da comienzo, en Plaça de Catalunya, hasta el Liceu) es uno de los lugares más concurridos de la Ciutat Comtal. No os resultará extraño, pues, haber pensado "yo estuve allí, podría haberme pasado a mí" si alguna vez habéis disfrutado de un paseo observando los quioscos y los puestos de flores, conviviendo con mimos y dibujantes. 

También podría haberme pasado a mí, que durante dieciocho años utilicé (como todo barcelonés y barcelonesa que se precie) el mítico Café Zurich como punto de encuentro cuando quedaba en el centro con alguien, o que estudié mi segunda carrera al lado de Las Ramblas y pasaba cada mañana por ese mismo lugar para ir a clase. O a alguno de mis amigos o amigas, muchos de los cuales trabajan por la zona. 
Sí: podíamos haber sido cualquiera de nosotras o nosotros.

Una vez comprobado que mi gente estaba bien, llegaron las fases de negación y duelo. Yo misma estoy harta de repetir en todas mis redes sociales que, a este lado del mundo, nos creemos más importantes que nadie. Si hay un atentado en Londres, enseguida sabemos quiénes son las personas fallecidas y conocemos su historia desde el principio; pero, en cambio, sabemos que cada día mueren asesinadas por la guerra miles de personas en países como Siria, pero no nos afectan. 
El atentado en mi ciudad me sirvió como lección: siempre seguiré defendiendo que no podemos echar la vista a un lado con lo que ocurre más allá de nuestras fronteras, pero... el cuento cambia (¡y de qué manera!) cuando una ve el peligro literalmente en casa. 

Superamos el mal trago como buenamente pudimos entre todos/as y fue entonces cuando los medios de este país empezaron a hacer lo que mejor saben: acrecentar la catalanofobia.
Ya el mismo día de los atentados, mientras los Mossos d'Esquadra se dirigían a la población hasta en cuatro idiomas, hubo quien protestó porque lo hacían en catalán. En inglés (idioma que tan bien se habla en España) o en francés parecía hasta normal, pero en catalán... ¡qué osadía! De repente, los atentados pasaron a un segundo plano porque había personas que se sentían más ofendidas por el idioma usado en una rueda de prensa (sin pararse a ver que los Mossos contestaban en catalán cuando eran preguntados en dicho idioma, igual que lo hicieron con el resto de las lenguas) que por lo que la locura fanática de una serie de individuos que no representan ninguna religión, sino el odio, llevaron a cabo. Y una piensa, tristemente: "Así es España".

Resulta que el catalán es el único idioma constitucional que ofende; si escuchamos euskera o gallego, no pasa nada, pero, en cambio, si alguien dice algo en catalán lo hace por mala educación.
Pues mirad: NO

He estudiado Primaria (a partir de 5º de E.G.B.), Secundaria, dos carreras universitarias y un Ciclo Superior en Barcelona. Durante todos mis años como estudiante, catalán y castellano han convivido en perfecta armonía tanto dentro como fuera de las aulas y, pese a lo que muchas personas puedan creer, el idioma que predomina en el patio de las escuelas es el castellano, principalmente porque la mayoría de las personas que conformamos Catalunya venimos de otras partes del Estado, del continente y del mundo. Ésa es la verdadera esencia precisamente de los catalanes y catalanas: recibir con los brazos abiertos a todas las personas que allí llegan, sin importar procedencia, religión o raza.

La Pedrera. Passeig de Gràcia. Imagen de Barcelona-Home
Yo no necesité nacer en Barcelona para sentirme catalana, sin ir más lejos. Y es un signo de mi identidad que nadie me ha querido arrebatar nunca... hasta que me fui de allí. Curiosamente, el único conflicto entre dos lenguas que conviven a diario sin el mínimo problema (hablo del catalán y el castellano) lo he encontrado fuera de las fronteras catalanas. Y, lo peor, lo que más me hiere, es tener de escucharlo de personas que también han nacido en otro territorio bilingüe y que, a base de repetir las mentiras que oyen, no tienen ningún reparo en seguir fomentando el odio a través de leyendas urbanas

Cuando un amigo o amiga de Barcelona me visita (actualmente resido en la ciudad de A Coruña, pero soy de la comarca más bella y espectacular del mundo: A Mariña), a menudo escucha hablar -como es normal- sólo en gallego por parte de mi entorno. Lejos de sentirse ofendidos u ofendidas, aceptan que, dentro del bilingüismo, quienes usan el gallego habitualmente no lo hacen por mala educación, sino por costumbre y, por lo tanto, no se vuelven a Catalunya diciendo aquello de "una vez estuve en Galicia y me hablaron en gallego"; en cambio, ¿cuántas veces he tenido que escuchar a alguien decir que un amigo de un amigo estuvo en Barcelona y le hablaron una vez en catalán? Claro que hay personas maleducadas en Catalunya, como las hay en Santiago de Compostela, Madrid, Londres o Tokyo. Pero, digo yo, ¿qué tendrán que ver la mala educación y el bilingüismo? He ahí la cuestión.

Lo peor de todo es tener que observar cada día cómo el tema de los idiomas se politiza y cómo se va desvirtuando una situación cotidiana que no tiene nada que ver con la que insisten en dibujarnos. 

Del tema del independentismo ya hablamos en otro momento, que también tiene miga. Pero, así a modo de resumen, la gente que reside en Catalunya no se levanta pensando en la independencia, sino en ir a trabajar y llegar a fin de mes, como todo hijo de vecino. Pero si queréis pensar que las personas que viven en Barcelona duermen todas envueltas en sábanas con forma de Estelada y están deseando hablar en catalán para generar epilepsias, allá vosotros/as. Siempre va a ser más fácil insultar que buscar soluciones y, si eso, el Barça ya jugará contra el Reus.

Yo, por lo pronto, no me cansaré de poner de manifiesto la realidad que los medios se empeñan en esconder con fines políticos (por ambas partes).
Porque mi Catalunya, que es la de todos/as, no es como la pintan. Y porque me niego a pensar que todos los españoles y españolas son cavernícolas ignorantes incapaces de entender que el uso de una lengua cooficial del Estado es un derecho constitucional y no una falta de respeto.