Hace unos días Leticia Dolera hablaba sobre los catálogos de juguetes que nos invaden por estas fechas y de cómo son un escaparate machista. Es un tema cada vez más recurrente en mi lucha particular contra uno de los grandes males de esta sociedad y más aún desde hace unos años, ya que, al tener sobrinas pequeñas, cada año contemplo estupefacta cómo los adultos somos partícipes, consciente o inconscientemente, de un movimiento que, aunque parezca inocente, no es más que una herramienta más de un mal que nos afecta a todos y a todas.
Como os decía, tengo tres sobrinas. La mayor tiene diecisiete años, pero las pequeñas tienen cinco y dos respectivamente, por lo que, como es normal, cuando se acerca la época navideña llega su momento de escribirle la carta a Papá Noel y a los Reyes Magos. Para ello, suelen tener la ayuda de los catálogos de juguetes de las grandes superficies, que, ávidas de hacer negocio (van a medias con sus majestades, obviamente), no dudan en incluir los greatest hits que, como dirían los jóvenes, lo petan entre los más peques.
Hasta aquí todo bien.
El problema llega cuando, observando los catálogos, mientras mi sobrina Ana me habla de La Patrulla Canina o Frozen, me quedo petrificada al ver que, lejos de avanzar, seguimos estancados en el machismo más rancio: no sólo están separados por colores (azul para los niños, rosa para las niñas), sino que, además, separan los juguetes por gremios y, a su vez, los gremios por sexos: los oficios relacionados con la mecánica o la ingeniería forman parte de las hojas azules, es decir, son para niños, mientras que los que están relacionados con las labores del hogar o la maternidad están claramente orientados hacia las niñas, convenientemente marcados, por supuesto, con el color rosa.
¿No os horroriza? ¿Acaso un niño no puede jugar con una cocina o una niña disfrazarse de dinosaurio en lugar de princesa? ¿De verdad que queremos seguir siendo partícipes de todo ésto, de inculcarles a los seres más nobles que hay cosas de chicos y de chicas?
Yo, desde luego, estoy indignada. Y pasan los años y los catálogos siguen haciendo gala de esa epidemia de la que creemos que nos estamos librando, pero sigue ahí, esparciendo su semilla, metiéndose en la mente de nuestros hijos, hijas, sobrinas... No es un gesto inocente y hay que destacar que no porque toda la vida se haya hecho así está bien. Hay que erradicar ese sistema tan injusto, que no es más que otro claro indicador de que esta sociedad está enferma de machismo, que tenemos tan asimilados tantos conceptos erróneos que hasta los hemos convertido en normales, cuando no tienen absolutamente nada ni de normal ni de digno.
El problema va mucho más allá de los catálogos en sí. Pensadlo bien: cuando alguien ve a un niño, por ejemplo, pintándose las uñas, enseguida hay quien le dice cosas como "eso es de chicas" o "eres un mariquita"; lo mismo sucede cuando, por defecto, cuando alguien ve a una niña jugando a fútbol no duda en llamarla marimacho, porque a las niñas esta sociedad nos ha dejado el rol de identificarnos con princesas cuya función es esperar a ser rescatadas por un príncipe mientras hacemos la comidita y arropamos a nuestros bebés en las cunitas de juguete. Y, perdonadme, pero es muy triste que ya desde tan pequeños/as la cultura del heteropatriarcado nos haga asociar que, además de que está estipulado qué es para niños y qué para niñas, cada acción o cada juego tiene que ver con la orientación sexual de cada uno/a.
No, no todas las chicas a las que nos gustan los deportes somos lesbianas; no, la virilidad de un hombre no se mide en si juega con muñecas o desmonta coches, principalmente porque la sexualidad de un hombre y, más aún, de un niño, no tiene absolutamente nada que ver con la masculinidad. ¿Qué tiene de malo que un niño quiera jugar con las muñecas de su hermana o que una niña quiera jugar a ser bombero? ¿Por qué tenemos que ponerle límites machistas a las cosas?
Los catálogos de juguetes no son más que un reflejo de una cultura que llevamos siglos arrastrando, por lo tanto el problema está en nosotros y nosotras; es nuestra labor ayudar a erradicar de una vez esas ideas tan de antaño y crear entre todos/as un entorno en el que los más pequeños y pequeñas crezcan en libertad e igualdad de derechos, incluso en los juegos. Porque no queremos un mundo en el que las niñas sigan siendo princesas o seres delicados cuya función es ser rescatadas: queremos presidentas de repúblicas independientes que tomen la iniciativa, queremos príncipes que tengan derecho a tenerle miedo al dragón y que no sean insultados cuando son ellos los rescatados. Queremos un mundo justo.
Precisamente hoy he visto una noticia que destaca que la empresa Toy Planet ha elaborado un catálogo inclusivo, en el que niños y niñas juegan juntos a cocinar, a las muñecas, a montar piezas de mecánica, etc. No sólo aplaudo esta iniciativa, sino que grito a los cuatro vientos: ése es el camino.
Si queremos un futuro mejor, más digno, tenemos que empezar ya a eliminar ciertas pautas que nos han impuesto y que nos llevan, entre otras miles de cosas, a influenciar negativamente a los seres más puros del planeta.